No me malinterpreten. Me encanta ser yo. No cambiaría ser yo, por ser nadie más en el mundo. Pero me gusta la idea de transformarme, no por inconforme, sino porque estoy convencida de que solo he visto una pequeña parte de lo que puedo ser.
Al tomar consciencia de esto, pido tener la capacidad de hacer dos cosas: desaprender y recordar.
Desaprender las mentiras, los malos hábitos y las creencias que me han limitado.
Recordar la verdad sobre quién soy, quién me creó y de lo que soy capaz.
Este compromiso por iluminar mi sombra y develar la verdad, es lo que hace que cada día tenga su valor. No siempre las cosas son como yo quisiera, pero siempre son lo que son. Puedo reconocerlo o evadirlo. Evadirlo no me ofrece ningún reto ni crecimiento. Reconocerlo me permite hacer algo al respecto. Asumir lo que corresponda de cada cosa que pasa en mi vida, me permite cuestionar lo que sucede y por qué sucede, su origen y sus infinitas posibilidades de cambio,… y mediante este constante estado de pregunta, abrir posibilidades más amplias… en lugar de conformarme y quedarme estancada.
Las condiciones no siempre serán agradables, pero siempre puedo elegir mi actitud al respecto. Es en el “fuego” de la prueba donde me transformo y donde existe verdadero crecimiento. En medio del fuego, me propongo ser como el agua, que fluye, que se adapta, que nutre la vida, ser una parte elemental de todo, a veces imperceptible pero vital para mi existencia, dócil como la llovizna pero fuerte como las olas…