Una verborrea sobre miedo, perfeccionismo y multitasking.
Te das cuenta de que los días pasan como en blanco y sin mucho propósito, cuando lo único que tienes que reportar es que hiciste un montón de cosas de las cuales te acuerdas de muy pocas y te sientes orgullosa de muchas menos. Puedo decir, en mi defensa (no que alguien además de mí esté acusándome) que tengo (la mayoría del tiempo) consciencia de que esto me sucede. Sin embargo, no pretendo usarlo de consuelo o justificación, simplemente parece que “pasa”. No me gusta, pero pasa…
Por ejemplo, el día de hoy vi a un vecino que estaba en su pick-up y me pregunté qué hacía a las 5 y pico de la tarde, cargando tubos de PVC a esa hora, notablemente apresurado, y pensé “qué hora más trágica para salir al tráfico… son las 5 y pico por Dios! a dónde va este hombre a meterse”. Llego a mi casa y adivinen qué hice yo: meterme a mi propio tráfico (excepto el mío es mental, lo que no puedo decir que sea realmente mejor o más liviano que el que se encuentra en la calle). El tráfico y el embudo que a veces construyo alrededor de un listado de cosas que necesito hacer pero que no tengo la menor gana de hacer.
El otro día escuché un webinar (me encantan los webinars) con Lewis Howes y Mel Robbins. Ella hablaba de la procrastinación, que en buen castellano significa dejar las cosas para “más tarde”… un tiempo y espacio tan relativos y etéreos como mi ánimo para terminar mi listado de pendientes. Decía que procrastinar o postponer no es un mal hábito o falta de organización, como la mayoría de gente piensa, sino producto del miedo. ¿Miedo? ¿De qué? Me pregunté yo… Y vaya si tuve respuestas de mi sabiduría interior. Digo sabiduría porque uno sabe cuando algo es cierto aunque no quiera aceptarlo. Si, miedo. Miedo del diálogo interior, del dolor de espalda que viene con la verborrea, de la desaprobación personal por estar haciendo algo que no quiero y para lo cual soy la mejor en hacer peor. Miedo de decirme cosas que van en detrimento de mi salud y paz mental, que alimentan al junky que llevo dentro que pide “un poco más, solo un poco más, solo esta vez”. Miedo a que esté cavando una zanja cada vez más profunda en mi cerebro que haga que cada pensamiento vaya por el mismo miserable camino una y otra vez, sobre lo pésima que soy para hacer lo que detesto hacer.
Y mientras escribo esto me doy cuenta de lo injusta que puedo ser conmigo misma, lo inútil que es hacer cosas que no me gustan pudiendo enfocarme en las que si me gustan… como escribir. Me doy risa. La espalda y los hombros ya no me duelen tanto, o al menos están más en el presente, dándose cuenta conmigo de que “el sufrimiento es necesario hasta que ya no es necesario”.
Escribir me da paz. Empecé con una página en blanco con la meta de escribir 750 palabras y ahora mismo voy por 520 palabras. Sin darme cuenta, hice dos terceras partes de lo que otros pensarían insoportable pero que a mi me fascina. Ahora puedo ver que haciendo esto no tengo miedo.
Quiero pensar que mi vecino y sus tubos de PVC representan para él, una fuente de inspiración y propósito, razón por la cual no le parece irracional (como a mí) irse a enfrentar al tráfico a las 5 y pico de la tarde. Yo aún tengo mis “tubos de PVC” escritos en mi hoja de papel, pendientes por terminar. Sin embargo, ya no parecen tan odiosos, ok talvez si,… pero el sentimiento de aburrimiento y falta de propósito en hacerlos logró que yo necesitara hacer una pausa y buscara una manera de canalizar ese miedo que me impedía verlos como lo que son: cosas que hay que hacer y salir dignamente de ellas, aunque no sean mis favoritas, para poder hacer lo que si me gusta.
Al final de eso se trata la vida: no nos sirven en el plato solo lo que nos gusta. A veces hay que “primero comerse el sapo” y superar el miedo a no hacerlo todo perfectamente (para mis colegas perfeccionistas) saliendo lo antes posible del asunto. Postponer la gratificación es un ejercicio para el carácter. Después de todo, parece que mis tubos de PVC si han resultado ser útiles. Hasta acá mis 750 palabras de hoy.