Hay verdades que nos llegan como olas que nos arrastran y nos dejan adoloridos. Cuando logramos levantar la mirada, podemos encontrarnos intranquilos y asustados.
Esas olas vienen para despertarnos y no para ahogarnos. Tenemos la opción de enojarnos y odiar al mar por lanzarnos esa ola que nos sacó por completo de nuestra cómoda sillita de playa. O podemos aprovechar la situación para ponernos en serio con nosotros mismos y contruir algo con la suficiente fortaleza para permitirnos disfrutar el mar, el sol, el aire… y que para cuando haya tormenta, también sea nuestra fortaleza.
Lo que la gente nos dice – o no nos dice – puede dolernos, pero depende de nosotros si vemos en ello un regalo o una ofensa.
Luego de un par de raspones y confusión, desaprobarnos a nosotros mismos no tiene ninguna utilidad. Tampoco la tiene el rebuscar en el pasado y tratar de entender en dónde me equivoqué.
[bctt tweet=”Estoy aquí, tomar mi poder personal y una buena decisión sobre hacia dónde quiero ir, es lo único que importa.”]
P.D.: Me encanta la playa. Aunque a veces haya mal clima y la arena raspe. Porque también brilla el sol y ocurren cosas maravillosas, si estamos dispuestos a verlas.
One Response
Mariela, el regalo ha sido mutuo. Te envio un fuerte abrazo.