Ser desobediente (es un arte)

La vida se expande o se contrae en proporción a nuestra valentía. Ser desobediente es un arte, una ciencia, una filosofía, una religión... Un poco de todo.
Fundamentalmente, ser desobediente es una elección. Una decisión consciente que nace del amor propio, la madurez y el compromiso con uno mismo. No sucede por accidente, ni es una reacción impulsiva. Por eso, he decidido ser una mujer desobediente.
No me compro todas las mentiras (ni “verdades”) que me intenten vender. Aprendí a decir sí o no por convicción, no por compromiso ni por miedo a la desaprobación. Esa es una forma de ser desobediente: decirle sí a lo que te nutre, y no a lo que te roba la paz.
Puedo distinguir el amor del abuso (verbal, físico, psicológico, emocional), sin importar de quién venga. No respondo a la manipulación. No la promuevo. La denuncio. Y por ser desobediente, por ser asertiva y franca, más de una vez me han llamado insensible. Pero prefiero ser fiel a mi verdad que encajar en una mentira.
No le regalo mi lealtad a cualquiera ni la entrego sin cuestionar. No es la sangre, sino el vínculo espiritual el que me hace permanecer. Mi fidelidad comienza conmigo. Ser desobediente también es elegir con el corazón despierto, no con la inercia.
Soy selectiva. Me gusta la gente sin mucho maquillaje, sencilla, auténtica, con inteligencia emocional y bondad. Prefiero a quienes están tan ocupados viviendo felices que no tienen tiempo de complacer a todo el mundo. Ellos también han elegido ser desobedientes a las máscaras sociales.
El único rango que respeto es la congruencia. No el social, ni el económico, ni el de la edad. Solo la coherencia entre lo que se dice, se siente y se hace. Ser desobediente es no caer en la hipocresía decorada con poder.
Soy una mujer pensante, y a veces eso incomoda. A veces eso se interpreta como rebeldía, desobediencia o falta de suavidad. Pero no nací mujer para ser dócil.
Nací para ser yo.
Y si en el proceso de convertirme en “yo”, no sigo las reglas… entonces sí, soy tremendamente desobediente. Porque quiero vivir en mis términos. No los heredados. No los impuestos. No los que esclavizan. Sino los que liberan. Y para eso, ser desobediente es necesario. Es mi forma de no convertirme en víctima. De hacerme responsable. De crear.
Veo la muerte como un regalo.
Veo la vida como un regalo.
Veo el dinero como un regalo.
Veo la crisis como un regalo.
Veo la soledad como un regalo.
Veo el amor como un regalo.
Veo el éxito como un regalo.
Veo el fracaso como un regalo.
No pienso como otros.
Pienso como yo.
La reflexión más importante que me gustaría dejarte es esta:
Cuando obedecemos ciegamente, sin cuestionar, estamos haciéndonos chiquitos.
Ser desobediente no es falta de respeto, es respeto profundo por uno mismo. Tradicionalmente, al desobediente se le castiga y se le aísla. Y claro, a nadie le gusta sentirse solo. Pero como decía Anaïs Nin, la vida se expande o se contrae en proporción a nuestra valentía. Si queremos experimentar nuestra grandeza, necesitamos ser desobedientes con los límites de lo conocido.
Pensar por nosotros mismos, y expresar nuestra verdad con integridad, es un acto de valentía.
Sé desobediente.
Sé intencional.
Sé curioso.
Y jamás, jamás, jamás te des por vencido en tu camino de crecimiento.
Lo que deseas, te desea.
Lo que buscas, está justo al otro lado del miedo.
Y para llegar ahí, muchas veces, necesitarás ser desobediente.
